Un espacio de opinión crítica y constructiva sobre temas de interés nacional con un enfoque objetivo sin exclusión ni prejuicios de clases sociales, políticas, sexo o religión.

Juan Ramón Martínez

La muerte, el duelo y los entierros en tiempos de epidemias.




   Yesenia Martínez García1

La muerte del historiador de La Ceiba, Don Antonio Canelas Díaz (1941 – 2020), de Doña Thelma Calix (1923 - 2020) en Catacamas, y del Doctor Ernesto Argueta Ariza (1928-2020) en Tegucigalpa (Hermano del colega historiador Mario Argueta), y de quienes no pude despedirme antes de su muerte, ni asistir a sus velatorios, mucho menos a sus entierros, solo es un ejemplo de cómo se vive la muerte, el duelo y los entierros en tiempos de epidemias.

Esta forma o momentos cuando se de la separación del alma y el cuerpo no cumple con el proceso al que los teóricos de la muerte y epidemias le han llamado la “ceremonia fúnebre”, o la construcción de la “Identidad del difunto”. A veces sin la tumba, el ritual o la ceremonia, las ofrendas, la colocación del cuerpo de cabeza u otros movimientos que tienen que ver con las formas del entierro.2

Esto sucede en todos los estratos de la población, aunque se dan sus diferencias. No solo les toca a familias sin referencia política, profesional o anónima o los pobres de la nación, aunque les es más difícil, muchas veces porque no hay presupuesto para atender todo lo que demanda la geografía de la muerte.

Lo cierto es que en estos contextos no importan edad, credo, ni profesión, cuando se trata de atender las normativas sanitarias para evitar la propagación de las epidemias. Por ejemplo, al historiador de La Ceiba, Don Antonio Canelas Díaz, y al Dr. Ernesto Argueta Ariza, miembro de la asociación Cardiológica del Mundo, embajador de Honduras en Panamá y Colombia, y en fin otros cargos que ocupó en la burocracia estatal, se les hubiese enterrado como héroes de la nación, por aportar a la cultura nacional, o por prestarles servicio al Estado.


1 Docente e investigadora del Departamento de Historia de la UNAH.

2  Ver, Mircea Eliade y Elsa Cecilia Frost, “Mitologías de la muerte: una introducción” …: 4-6 y 8-10; Julio Contreras Utrera and Sergio Nicolás Gutiérrez Cruz, “La viruela en el Estado de Chiapas.”…: 174-175-177.

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A doña Thelma ni su familia, ni sus amigos, varios de ellos reconocidos políticos, tampoco pudieron despedirla. Y es que en estos momentos de la epidemia del COVIS 19, no hay manera de como expresar sentimientos de dolor, de cariño o de reconocimiento, aunque se trate de los “pobres” o “héroes” de la nación. Esto es de comprender, más cuando se trata de momentos difíciles como las epidemias, guerras o desastres naturales.

En Honduras, desde 1888, el Estado reglamentó las normativas para velar y enterrar los muertos por epidemias y enfermedades contagiosas. Se hizo en el reglamento de Policía, luego con las disposiciones para la epidemia de la viruela en 1891, el Código Sanitario de 1910, y el Reglamento de Cementerios de 1920. Ahí quedaron plasmadas las disposiciones para no velar a los muertos, como trasladar los cadáveres a su última morada, o como las autoridades sanitarias y familiares debían hacer sus entierros.3

Históricamente estos entierros se han hecho en fosas comunes o distantes de los cementerios de la ciudad o de los atrios de la Iglesia, por el temor al contagio. Y más cuando se trataba de aplicar una política sanitaria, en el contexto de la formación de los Estados nacionales. En Honduras esto se da entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, los familiares de las víctimas debían atender tales normativas, las cuales se trata de no acompañar a sus muertos, y así evitar ser afectados por la circulación del aire y el posible contagio; a ellos se les prohíbe participar en los entierros o traslados de los cadáveres, presentarse a los espacios públicos, hacer misas, o simplemente en participar en los rituales de la muerte.4


3  Ver Secretaría de Estado en el Despacho de Gobernación y Justicia, “Reglamento de la Sección de Policía de Tegucigalpa y Villa de Concepción”, y La Gaceta, Tegucigalpa, 28 de diciembre de 1881, 1-4. En ANH, Tegucigalpa; Crescencio Gómez, secretario de Gobernación, “Disposiciones relativas par a combatir la epidemia de la Viruela por orden superior, impresas en marzo de 1891”, Tegucigalpa, Tipografía del Gobierno, marzo 1891. En APJEI, Jesús de Otoro, Departamento de Intibucá; y Dirección General de Salubridad, “Reglamento de los Cementerios y Policía Mortuoria”, Tegucigalpa, 27 de noviembre de 1920. En ANH, Tegucigalpa; Reglamento de Higiene y Policía Sanitaria para la capital, los puertos principales y centros de población superiores de cinco mil habitantes, Tegucigalpa, Tipografía Nacional, 1920, en LAL, University Tulane, New Orleans, USA.

4  Ver Heather L. McCrea, “On Sacred Ground: The Church and Burial Rites in Nineteenth-Century Yucatán, Mexico,” Mexican Studies/Estudios Mexicanos, Vol. 23, No. 1 (Winter 2007): 33-35, 42-45 y 61; David Carbajal López, “La epidemia del cólera de 1833-1834 en el obispado de Guadalajara.

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Así sucedió en San Pedro Sula en 1905 con la fiebre amarilla. El alcalde Antonio Guillen, informó en sesión de Corporación Municipal, el 01 de julio que mediante comunicación del Gobernador Político se solicitaba a la municipalidad,

“designaran un lugar separado y contiguo al Cementerio de esta ciudad, para el enterramiento de las personas que murieran de enfermedad epidémica, aunque para ello haya que expropiar a algún vecinos que poseen los terrenos inmediatos, solicitando también se les devuelva en el menor termino posible la suma de ciento dos pesos que ha suministrado para el pago de seis negros que se ocuparan para sepultar a los que han muerto de fiebre amarilla… tomando en consideración la urgente necesidad que hay y la utilidad manifiesta que le viene al vecindario con la adquisición de una faja de terreno separada del cementerio para inhumación de los individuos que mueran de enfermedades

contagiosas…en cuanto a la devolución de la cantidad   suministrada          por         el         Sr.

Gobernador para el entierro de las primeras personas que murieran de fiebre amarilla, ya que la Junta de Sanidad se ha negado a satisfacerlo, el Alcalde librará la orden de pago para que lo cubra la Tesorería.”5

Para el mes de agosto de 1905, se reportaban sobre los fallecidos de las ciudades de Puerto Cortés y San Pedro, de las comunidades de Pimienta y Chamelecón. Para este último caso, la Junta de Sanidad gestionó ante la corporación municipal de San Pedro Sula, se le facilitara unos treinta o cuarenta pesos del fondo que tenía en su poder el Auxiliar como fondos Municipales que colecta, para el socorro de los enfermos que carecían de recursos y la dificultad que se tenía para para sepultar los cadáveres de las víctimas de la epidemia e igual para el pago de los sepultureros.6

Las solicitudes de ayuda a la corporación municipal o a la Junta de Sanidad fueron constantes. La Sra. María Cristina V. de Charpentier, presentó una solicitud a la

Rutas de contagio y mortalidad”, Historia Mexicana, Vol. 60, No. 4 (240) (Abril- Junio, 2011), 2034; Julio Contreras Utrera and Sergio Nicolás Gutiérrez Cruz, “La viruela en el Estado de Chiapas (México), 1859-1921, Ayer, No. 87, (México, 2012): 174, 178-179, 180 y 183; y Anne Staples, “La lucha por los muertos”, Source: Diálogos: Artes, Letras, Ciencias humanas, Vol. 13, No. 5 (77) (septiembre-octubre1977): 16-17.

5   Acta No. 25, de la “sesión ordinaria de Corporación Municipal”, San Pedro Sula, 1 de julio de 1905, folio, 436.

6  Acta No. 28, de la “sesión ordinaria de Corporación Municipal”, San Pedro Sula, 15 de agosto de 1905, folio, 442; Acta No. 30, de la “sesión ordinaria de Corporación Municipal”, San Pedro Sula,
1    de septiembre de 1905, folio 445-446.
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corporación municipal de San Pedro Sula, para que se le concediera una licencia gratis para mandar a construir un mausoleo en la tumba de su finado esposo Manuel Carpentier, en consideración a que se murió de fiebre amarilla, mientras prestaba sus servicios como fontanero del acueducto de esta ciudad, y quien la dejo sin recursos para pagar el impuesto de tarifa. 7

Tanto la petición del alcalde, como la de la Sra. Charpentier, son documentos interesantes, por varias razones. Por un lado, se lee claramente la separación de los entierros y el problema del contagio; por otro, se encuentra muy presente el discurso racial, los negros eran los responsables del entierro de los muertos de la epidemia; tercero, en tiempos de epidemias se muestra la carencia de presupuestos para el pago de los ataúdes y sus entierros.


Lo anterior fue una manera de presentar la carencia no solo por la infraestructura hospitalaria, sino de los recursos para los entierros de las víctimas, tal como sucedió con el Alcalde de Policía de San Pedro Sula, quien hizo una solicitud de pago para dos ataúdes que se utilizarían para el entierro de dos de sus agentes que fallecieron en el servicio de la ciudad, los cuales tenían el valor de treinta y nueve pesos cuatro reales.8 En cambio al Doctor Martínez, quien brindó importantes servicios al país, en cumplimiento a su gratitud, se solicitó una suscripción voluntaria quizá mucho más amplia que los anteriores, con el fin de construir su tumba, por ser considerado un ciudadano que dio servicios a la nación, y por tanto había que honrar su memoria.


Lo anterior solo es muestra de cómo se dieron las formas del entierro de los cadáveres, de un momento que marca la historia contemporánea de Honduras y una etapa fundamental del proceso de la formación del Estado nación y la política sanitaria. Y a la que la historiografía poco se ha dedicado a indagar, apenas ha

7  Acta No. 30, de la “sesión ordinaria de Corporación Municipal”, San Pedro Sula, 01 de septiembre de 1905, folio 446.
8 Acta No. 27, de la “sesión ordinaria de Corporación Municipal”, San Pedro Sula, 01 de agosto de

1905, folio, 441.

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mostrado un mínimo interés en los entierros en Iglesias de líderes religiosos, o de un status político o económico, que lo vuelve diferentes a las poblaciones subalternas.9

A pesar de los vacíos historiográficos, no se guarda distancia de lo ocurrido entre 1905 y lo que sucede con la crisis provocada por el COVID 19 en pleno siglo XXI. Este no es un evento distante para comprender por qué no se puede velar a nuestros muertos, y mucho menos participar en las diversas formas de sus entierros.

Para la epidemia de la fiebre amarilla en 1905 en el departamento de Cortés, cantidad de familias hondureñas no pudieron velar ni enterrar sus muertos. Según el mismo testimonio de Gonzalo Romero Luque, conocido en la sociedad sampedrana como “Chalo Luque”, le falleció parte de su familia, incluyendo su padre, el mismo año que él nació, 1905. Según Luque,

“entre los atacados por la fiebre fue mi padre y parte de mi familia, … quedando solo con mi madre y de solo ocho meses, siendo único hijo, pues mi padre murió de 25 años… mi querida madre Juanita que sola… ella era modista y trabajaba de hacer su economía para hacer su casita… un día cuando había cumplido 4 años, mi madre estaba almidonando una ropa y me mando a comprar un real de añil, a una cuadra de la casa, y cuando regrese con el añil recibí el golpe más grande de mi vida; al pie de la tina donde almidonaba estaba muerta mi querida madre, ese

día empezó mi calvario… entre los 8 y los 13 años, para contribuir a la crianza tenía que vender pescado fresco, piñas, aguacates y naranjas en una carretilla de mano por toda la ciudad” …10

El otro ejemplo se trata del médico Leonardo Martínez Valenzuela y su madre (Ver imagen 1). Martínez Valenzuela recién había regresado graduado de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos de Guatemala, fue de los pocos profesionales nacionales que se encontraba ejerciendo el oficio en la ciudad de

9 Ver, Antonio R. Vallejo, Necrología del presbítero Miguel Ángel Bustillo (Comayagüela, 1892); Leticia de Oyuela, Ángeles Rebeldes (Tegucigalpa: Editorial Guaymuras, 2005); Juan Manuel Aguilar, Construcciones catedrales en Honduras, 1561-1915 (Tegucigalpa: Published, 2014), 11, 13, 37; y Juan Manuel Aguilar, Entierros y Exhumaciones en Honduras (1598-1933) (Tegucigalpa: Impresiones Litográficas Escoto, 2015).

10  Gonzalo Luque, Memorias de un Soldado Hondureño (San Pedro Sula: Impresora Hondureña, 1979), 2.

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San Pedro Sula en el momento de la epidemia. Ese año, fungió como consejero municipal, se dedicó a atender los afectados, incluyendo a su propia madre quien también falleció. Luego de dos meses de la epidemia también él mismo fue atacado, su muerte le llegó, en los primeros días del mes de agosto. Las reacciones y manifestaciones de pésame fueron diversas.


Como se trataba de un héroe de la nación, el Gobernador Político departamental, envió instrucciones a la corporación municipal, con el objetivo de organizarse y,

“levantar una suscripción voluntaria con el fin de construir una tumba al malogrado Dr. Don Leonardo Martínez, como un tributo de gratitud por importantes servicios al país en los puestos de cirujano del Ejercito, Director del Hospital Gral del Norte y Srio de la Junta de Sanidad de este Cabecera que desempeñaba dignamente. Y la Corporación, reconociendo que el Doctor Martínez se hizo acreedor al aprecio y gratitud de este vecindario, no solo

por el buen desempeño de los empleos de que se ha hecho referencia, sino también por el celo y buena voluntad con que atendía a los particulares atacados por la fiebre amarilla, arrastrando abnegadamente la infección de que fue víctima”. 11

Imagen 1. Médico Leonardo Martínez, falleció de la epidemia Fiebre Amarilla, en San Pedro Sula, septiembre, 1905



 
  
11 Acta No. 28, Sesión ordinaria del 15 de agosto de 1905, San Pedro Sula, folio, 442.

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Fuente: ““Flores negras sobre la tumba de un amigo”, Archivo Privado Ernesto Argueta Ariza, hermano del historiador Mario Argueta, Tegucigalpa M.D.C.


Un total de veintiséis colegas y discípulos del doctor Martínez, de la Facultad de Medicina de Universidad de San Carlos de Guatemala, publicaron un folleto de 38 páginas, con el título “Flores negras sobre la tumba de un amigo” 12 (Ver Imagen 1). Varios de los firmantes, eran de origen hondureño, entre ellos: Ernesto Argueta (padre del doctor Ernesto Argueta Ariza, y del historiador Mario Argueta); además Filadelfo Bueso, Daniel Aguirre, Samuel Laínez, Camilo Figueroa, Manuel A. Bonilla, José Inestroza“, entre otros. A su regreso a Honduras, en su mayoría se integraron a ejecutar un discurso para lograr el Estado Sanitario.


Según lo manifestaba un diario guatemalteco, “el folleto a que nos referimos ostenta en su primera página el retrato del doctor Martínez, y en las demás, trabajos literarios”,13 de inicio se trata del escrito por el Dr. Ernesto Argueta, médico al que debe considerársele como el principal autor del discurso sanitario-liberal en Honduras, junto con Miguel Paz Barahona y otros colegas de su misma generación.

Entre las expresiones, muestras de cariño y pesar de Argueta para Martínez se expresaron las siguientes,

Nada puede esperarse de los que mueren: ellos, ajenos a todo sentimiento bueno o malo, ya no ven ni sienten ni oyen…

Sus cuerpos, exánimes y fríos, encerrados en la oquedad brusca de un sepulcro, sin afecciones ni odios en el corazón ya roto, solo sienten, entre el rayo clamor de las cosas tristes, las palpitaciones de la tierra – generosa y buena – que les besa y acaricia entre sus brazos con efusión de madre.

Sus espíritus son hálito de vida que se esfuma con el soplo de la tarde…. Por eso, los

elogios y frases de cariño tributados a la memoria suya, son el homenaje más justo y

honroso que puede consagrárseles, porque son pétalos de lirios blancos arrancados al espíritu y arrojados sobre sus tumbas luminosamente hermosas.

12 Diario La República, Guatemala, 6 de diciembre de 1905.

13 Diario de Centro América, “Flores negras sobre la tumba de un amigo”, Guatemala, 16 de diciembre de 1905.

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Bien hayan los que así glorifiquen y exaltan la memoria de los fueron buenos! Glorificados sean ellos también, mañana. Ernesto Argueta.” 14

Según el Diario de Honduras, este impreso llegó por la correspondencia enviada en un vapor con ruta del norte a Amapala, puerto del sur de Honduras, y donde según se expresa en su editorial, “y decimos que nos hemos avergonzado, porque la gratitud, el cariño y la justicia, las sentimos fuera de nosotros al ver las expresiones con sincera elocuencia lejos de Honduras. El Dr. Don Leonardo Martínez, víctima heroica en sacrificio de la ciencia y la humanidad, ha sido glorificada por sus compañeros de Guatemala…”15


A casi medio siglo del fallecimiento de Martínez Valenzuela, en un discurso pronunciado por el mismo medico Ernesto Argueta, sobre el “Origen y Evolución del Ramo de Sanidad en Honduras, en la Universidad Central de Honduras, se refirió a lo sucedido en San Pedro Sula, con la invasión de la fiebre amarilla,

“asoló casi por completo aquella floreciente localidad. Los hombres, las mujeres y los niños, salieron despavoridos a las montañas, huyendo todos del terrible flagelo. Los médicos también huyeron para vergüenza nuestra. Solo el Doctor Leonardo Martínez Valenzuela, compañero mío de estudios recién graduado en Guatemala, quedó en pie, como un Capitán de barco en medio de la tormenta marina, asido al timón de su nave; su abnegada madre, se quedó allí también, acompañando al hijo de sus entrañas. La madre murió en aquella ocasión sombría, y su hijo – su espartano hijo - la siguió pocos días después a la Eternidad…. Yo pido para este joven héroe, mártir del deber y de la ciencia, un minuto de respetuoso silencio en homenaje a un recuerdo imperecedero” …16

Estas expresiones, sobre “cuerpos, exánimes y fríos, encerrados en la oquedad brusca de un sepulcro”, es una forma de interpretar la muerte, a juicio de Mircea



14 “Flores negras sobre la tumba de un amigo”, Archivo Privado Ernesto Argueta Ariza, Tegucigalpa.
15  Diario de Honduras, “Flores negras sobre la tumba de un amigo”, Tegucigalpa, 23 de enero de

1906.

16   Ernesto Argueta, “Origen y Evolución del Ramo de Sanidad, Conferencia dictada en la Universidad Nacional el 6 de diciembre de 1910, en el Archivo Privado de EAA, Tegucigalpa.

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Eliade.17 Pero estas, aun no se expresan para nuestras víctimas en el contexto del COVID 19. Quizá vendrán muchas a futuro, las encontraremos en las fuentes literarias, artísticas o en la prensa. Aparecerán dispersas como sucedió para las víctimas de la fiebre amarilla en 1905, en las cuales se manifestaban, lirios blancos arrancados al espíritu y arrojados sobre sus tumbas luminosamente hermosas” o “Flores negras sobre la tumba de un amigo”.


Cuando no hay duelo ni entierros solo nos queda asumir el duelo de diversas formas. Por ello, es importante recurrir a los aportes de Tenenti y de Preciado y Lara, para comprender y explicar el proceso de la muerte, o la transición de la descomposición y el sepulcro de sus cuerpos una vez nuestras víctimas hayan muerto.18 Quizá no vamos a encontrar las manifestaciones sobre el “tributo de gratitud por importantes servicios al país”, o quienes hayan sido víctima heroica en sacrificio de la ciencia y la humanidad. O como le expresaron a Martinez Valenzuela, “capitán de barco en medio de la tormenta marina”, o “joven héroe, mártir del deber y de la ciencia”, se trata de un héroe, o su cadáver en servicio de la nación.


Anqué no se permita estar con nuestros muertos, debemos comprender que, a cada capitán de barco o de familias, a cada fallecido a causa o en el contexto de esta epidemia del siglo XXI, no importa si fueron los pobres o los héroes de la nación, a quienes no se les organizó velatorio ni entierro, a quienes sus formas de entierro no asistimos, a quienes no les conocimos su ataúd o si la colocación del cuerpo no se hizo de cabeza, si no hubo un lugar para el sepulcro, a todos ellos y ellas, no importa si fueron funcionarios o del pueblo común, les debemos manifestar nuestro duelo y resignación a sus familiares.





17 Mircea Eliade y Elsa Cecilia Frost, “Mitologías de la muerte: una introducción,”: 4-6 y 8.

18 Benjamín Preciado Solís y Gabriela Lara, “Cadáveres y cementerios en la iconografía tántrica,”

Estudios de Asia y África, Vol. 35, No. 2 (112) (El Colegio de México, mayo - agosto, 2000): 191-

219.         

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Así muestro el pesar por nuestros amigos, a quienes los sorprendió la muerte, y a sus familiares, a quienes les invade el duelo, y no se sintieron acompañados en el entierro de sus muertos en tiempos de epidemias.





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1 comentario:

  1. Hermoso artículo, llegue aquí porque me interesa la biografía del Dr. Martínez Valenzuela, pero sólo encuentro que era un médico joven que entregó su juventud y conocimiento contra una epidemia. Quisiera poder leer ese libro dedicado a él "Flores negras sobre la tumba de un amigo", ya que no está en Google.

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Sobre el autor

Mi foto
Olanchito, Yoro, 1941. Realizó estudios de profesorado en Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Profesorado y es licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Divulgador cultural y periodista de oficio, Juan Ramón Martínez Bardales es columnista del diario La Tribuna desde 1976, medio en el que también coordina los suplementos Tribuna cultural y Anales históricos. Además, mantiene una columna en La Prensa de San Pedro Sula y una semanal en la revista Hablemos Claro.