Guatemala 16 de Septiembre de 1830
“Los centroamericanos han practicado uno de los
actos más dignos de su soberanía, nombrando el que debe colocarse en el Poder
Ejecutivo Federal, y yo tengo el honor de haber sido el depositario de su
confianza. Confianza tanto más respetable y sagrada para mí, cuanto es de
grande y temible a los celosos ojos de la Nación.
Después de los inmensos peligros a que se vio
expuesta en las manos del primer elegido del pueblo.
No era posible prometerme en las varias
posiciones en que me colocaron los diversos acontecimientos de la revolución
que terminó en 1829, que mis pequeños servicios llegasen a merecer la confianza
con que me han honrado los Estados prefiriéndome a sus hijos más beneméritos.
Cuando abracé la causa común, no existía un
solo principio de esperanza, si no es para aquellos que desean morir en defensa
de la ley. La República se hallaba envuelta en una guerra insensata y
fratricida, desacreditando el nombre centroamericano, sin mancilla hasta
entonces, pronunciando después con desprecio por los enemigos de su
engrandecimiento, y próximo a sepultarse en las ruinas de la patria ese
puñado de valientes defensores de la libertad, que, arrastrando toda clase de
peligros para salvarla, supo arrancar con la palma de la victoria a los
enemigos, y reivindicar el honor nacional.
Estos hijos predilectos existen entre nosotros,
en unión de otros muchos, cuyo mérito conocido e ilustración acreditada en
diversos tiempos ha justificado que son más dignos que yo de merecer la
confianza que se me dispensa, y capaces de gobernar, principalmente en tiempos
peligrosos.
Esta satisfacción, la mayor a que puede aspirar
el ciudadano que se interesa en la felicidad de su patria, será siempre muy
lejos del que colocado en mis circunstancias. Aun aquellos que poseen los
profundos conocimientos que constituyen la difícil ciencia del gobierno, han
desacreditado muchas veces esos descubrimientos que pasan ya como verdades,
cuando no han consultado con la experiencia para su aplicación. El
pueblo soberano, sin embargo, me manda colocarme en el más peligroso de sus
destinos y debo obedecer sus respetables preceptos, y cumplir el solemne
juramento que acabo de prestar en vuestras manos. En su observancia ofrezco
sostener a todo trance la Constitución Federal que he defendido como soldado y
como ciudadano.
Ella establece como una de sus bases la Santa
Religión de Jesucristo. Esta ha triunfado del fanatismo que la desacreditaba, y
muchos de sus ministros excitaban en su nombre a la matanza y a la destrucción,
han justificado con su conducta, la providencia que los separó de la República,
y han descubierto, desde el lugar de su destierro, las miras criminales del
tirano español a quien servían.
La religión se presenta hoy entre nosotros con
toda su pureza, y sus verdaderos enemigos que la tomaban en sus labios para
desacreditarla no la harán aparecer ya como el instrumento de las venganzas. Yo
procuraré que se conserve intacta, y que proporcione a los centroamericanos los
inmensos bienes que brinda a los que la profesan. Las comunicaciones que van a
establecerse con la Silla Apostólica, aquietarán las conciencias de los
verdaderos creyentes, y harán cesar la orfandad en que se halla nuestra
iglesia.
Las relaciones exteriores se conservarán y
aumentarán en razón de su utilidad, procurando siempre que el orden interior, y
los progresos del sistema hacia su perfecta consolidación, faciliten las que
deben tener por resultado el reconocimiento de la independencia, el aumento del
comercio, de la riqueza y de la población. Con este interesante fin, nuestras leyes
llaman al hombre ilustrado e industrioso, sin examinar su origen, ni su
religión el centroamericano lo recibe con sus brazos abiertos, y el Gobierno lo
protege.
La alianza de los pueblos americanos, aunque se
ha frustrado hasta ahora, no está lejos el momento de ser puesta en práctica
esta combinación admirable. Ella hará aparecer el nuevo mundo con todo el poder de que es suscetible
por su ventajosa posición geográfica e inmensas riquezas, por la justicia de
los gobiernos y por la identidad de sus sistemas, por su crecido número de
habitantes y, sobre todo, por el común interés que los une.
El ejército que debe conservar el orden
interior y defender la integridad de la República, procuraré que sea capaz de llenar
estos dos objetos grandes. Se perfeccionarán las fortalezas de los
puertos y se pondrán éstas en el mejor estado de defensa.
La hacienda pública ha podido cubrir hasta
ahora la pequeña suma a que ha sido reducida la lista civil y militar, en el tiempo que ha gobernado mi
digno asesor, el Senador Ciudadano José Barrundia. Todo es debido al sacrificio
voluntario que a su generoso ejemplo han hecho de una parte de sus sueldos el
ejército. Pero no será posible que satisfaga en lo sucesivo los gastos más
precisos, si al mismo tiempo que se cree la fuerza que debe sostener la
independencia, se amortiza la deuda extranjera, origen en mucha parte de
nuestras desgracias, y se paga lo que ha sido necesario contraer para
dar la paz a la República. El arreglo de este ramo interesante exige la
ocupación exclusiva de los legisladores.
La instrucción pública que proporciona las
luces, destruye los errores y prepara el triunfo de la razón y de la libertad,
nada omitiré para que se propague bajo los principios que la ley establezca.
Por desgracia, hasta ahora mucha parte de la juventud se ve entregada en manos
de la ignorancia y de la superstición. Los funestos vicios del sistema colonial se
transmiten entre nosotros, de padres a hijos, y el trastorno y las revoluciones
que se han repetido en los Estados desde su independencia, son la escuela en
donde aprende a conocer sus derechos esa desgraciada y preciosa porción de la
República que es la destinada a consolidar el sistema que nos rige.
Los diversos obstáculos que se han opuesto
hasta ahora a las miras benéficas de los que han intentado dar a la industria
la protección que merece, es tiempo ya de removerlos, nada omitiré, que se
halle en mis facultades, para mejorar este ramo interesante y para darle
impulso al mismo tiempo que a todo lo que sea de utilidad general.
Tal es la apertura del canal en el Istmo de Nicaragua. Esta obra grandiosa por su objeto y por sus resultados, tendrá el lugar que merece en mi consideración, y si yo logro destruir siquiera los obstáculos que se opongan a su práctica, satisfaceré en parte los deseos de servir a mi patria.
Cuando una nación llega a sufrir grandes
revoluciones y trastornos en su orden interior, sus más celosos hijos se
dedican a examinar la causa que los produjo; y los centroamericanos, animados
de tan sublimes sentimientos, se ocupan hoy en investigar el origen de los males
que han afligido a la República.
A los legisladores toca removerlos y destruir
los obstáculos que se oponen a la consolidación del sistema. Desde Costa Rica hasta Guatemala,
una sola es la opinión, uno de los sentimientos y deseos que animan a los
centroamericanos. Todos tienen fijas sus esperanzas en el primer poder de la Nación.
Todos tienen fijas sus esperanzas en el primer poder de la Nación. Todos, sin
excepción, esperan que los ilustrados patriotas que lo componen harán la
felicidad general.
Los Representantes de la Asamblea Nacional Constituyente,
al determinar el carácter y fisonomía política del Gobierno que nos rige,
trazaron una senda segura a sus sucesores y proporcionaron al Congreso de 1830
de la gloria inmarcesible y pura de dar la última mano a la grande obra de
nuestra legislación. Los sucesos lamentables e inopinados que han de este honor a sus
antecesores, al paso que obligan a hacer recordaciones sensibles y dolorosas,
presentan al mismo tiempo lecciones importantes, escritas en el libro de una
costosa experiencia. Si de ellos saben aprovecharse los legisladores, evitarán
en lo sucesivo su triste repetición, y fijando para siempre los destinos de la
patria, levantarán también un monumento hermoso del honor y gloria a que son
acreedores.
La independencia que se halla amenazada por el
enemigo común, recibirá nuevas garantías y seguridades. Los pueblos que han
sabido sostener la libertad, cuando el pacto social se veía disuelto a esfuerzos de las intrigas y
maquinaciones de los enemigos del orden, sin regla fija que pudiese dirigir sus
pasos, y abandonados a sus propias opiniones y recursos, sabrán también sostener la
integridad de la República, bajo los auspicios de tan beneméritos
representantes, protegidos por este código sagrado, objeto de sus fatigas.
Si los centroamericanos logran satisfacer sus
vehementes deseos, gozarán sin dudad del precioso fruto que les ha
proporcionado sus desvelos. Y si yo soy el elegido por la Divina Providencia
para ejecutar los decretos que aseguren la libertad y sus derechos de un modo
estable, serán cumplidos mis ardientes votos. Una ciega obediencia a las leyes
que he jurado, rectas intenciones para buscar el bien general, y el sacrificio
de mi vida para conservarlo, es lo único que puedo ofrecer en obsequio de tan
deseado fin. Cuento para ello con los consejos de mis amigos, con el
voto de los buenos, y con la cooperación de esos pueblos, cuyas virtudes
cívicas y valor acreditado en las circunstancias más difíciles, han
formado ya una patria para los verdaderos centroamericanos, y han dado
lecciones tristes a sus enemigos, de que no se atenta contra ella impunemente.
Subo, pues, a la silla del ejecutivo, animado de tan lisonjeras esperanzas.
Francisco Morazán
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