Jose Angel Zuñiga Huete
La actuación política del Gral. Don Ponciano Leiva da testimonio completo de las metamorfosis a que alude el historiógrafo citado. Su proteísmo se pone de relieve, cuando del ejercicio de la cartera de Relaciones Exteriores, en el gobierno Liberal del Lic. Don Celeo Arias, se le ve abandonar el cargo para ir a conspirar contra su jefe y a malquistarlo en el ánimo de sus aliados, con la mira decidida de saltar en cualquier forma a la curul presidencial.
La conducta del Gral. Leiva puede
estar en perfecta consonancia con las doctrinas expuestas en El Príncipe de
Maquiavelo, en una trayectoria de inconsiderado predominio y de ambiciones a
ultranza, pero no resulta edificante, en el orden ético, desde el punto de
vista del patriotismo y de la honestidad ciudadana. Las actividades del Sr.
Leiva solo sirvieron para prolongar la anarquía del país y llenar su historia
con una nueva página de sangre. El sitio de Comayagua y las catorce acciones de
armas que se registran hasta la entrega del poder, el 8 de Julio de 1876,
respaldan el contenido del concepto acusador.
En hombros del Mariscal González (El
Salvador) y de las facciones asaltó la presidencia de la República. Grimaldi
explica el origen del gobierno de Leiva en esta forma: “ pues bien…el Mariscal González,
descontento de Arias por no haber accedido a sus pretensiones atentatorias
sobre la Isla del Tigre, por haber negado la traslación del ex Presidente
Medina al Salvador, y por no haberle dado en arrendamiento la renta de
aguardiente del distrito de Ocotepeque, solicitada tantas veces en cartas
particulares que tenemos a la vista, buscaba otro hombre que tuviera algún circulo
capaz de solicitar su apoyo concitándole odios al Sr. Arias. El Mariscal González
sabía que el Sr. Leiva era uno de los desafectos y quería la caída de Arias,
aun siendo su Ministro de Relaciones Exteriores. Con tal objeto celebró en
Santa Cruz de Yojoa, el 16 de Julio el Convenio Leiva- Cousin, en el cual se comprometió
con el gobierno de El Salvador a: 1.-A tomar la presidencia provisional de
Honduras; 2.- A empeñar su influjo y recursos de la nación para combatir y
extirpar la facción reaccionaria; 3.- Aprobar los actos administrativos del Sr.
Arias; 4.- Someter a juicio en breve tiempo al ex Presidente Medina, o en caso
de no permitirlo las circunstancias, acordar su traslación a El Salvador en
calidad de depósito. Tales son en resumen las bases de ese convenio, que en
copia y letra del Sr. Cousin conservamos. El gobierno de El Salvador se obliga
a: Auxiliar con todo su influjo y poder el arribo del Sr. Leiva al Poder
Ejecutivo; ayudarle a develar la facción reaccionaria y a cuanto tendiera a su
buena administración, aun después de pacificado el país, e interponer su
influjo en el gobierno de Guatemala para que se adhiera al convenio. Para
llevar a cabo el expresado convenio el Sr. Leiva salió del país y se encontró
en las conferencias que los Presidentes Barrios y González tuvieron en Chingo
el primeo de Noviembre, de las cuales surgió la intimación que aquellos
gobernantes hicieron al Sr. Arias, en carta privada, de abandonar la
Presidencia a favor de Leiva.” (Biografía del Dr. Celeo Arias)
El pacto Leiva-Cousin presta
margen para un comentario drástico, que por si solo salta a la vista, manando
sangre o irritante protesta, a los ojos de la moral y de la justicia. La
entrega de un hondureño, reo de orden político, a la jurisdicción de una nación
extraña es un escándalo ante la equidad y el derecho internacional. El Dr.
Policarpo Bonilla aparece en nuestros anales, oponiéndose en Versalles a la
extradición y juzgamiento del ex monarca alemán, Guillermo II, y Don Ponciano
Leiva pacta la entrega de su compatriota, General José María Medina a la
custodia del gobierno salvadoreño, regido por los adversarios políticos del reo
de Estado. La diferencia de procedimientos deja un saldo a favor del caudillo
liberal que, por humanidad defendió a un extranjero, contra el conservador, que
por ambición de mando pactó la entrega de un conciudadano.
La Convención Nacional convocada
por Leiva, contrariando el plan suscrito con Alejandro Cousin, principio por
improbar la constitución del 73, y el propio Leiva, por decreto del 8 de
diciembre anuló los actos del mandatario que iba a derrocar, lo que demuestra
la mala fe con que procedió el nuevo régimen, si bien es cierto que ya dejaba
antecedentes de alevosía en la forma cartaginesa con que fue violada la
capitulación de Comayagua, que estipulo la liberad de los vencidos, y contra su
texto fue aprehendido el Sr. Arias y extrañado de la República.
Leiva se comprometió a combatir a
los reaccionarios, y a pesar de ello, la llamada Convención Nacional, como dio
en designarse a la Constituyente de aquella época, “se componía, en su mayor
parte, de los conservadores y revolucionarios del Sherman, que no reconocían
limites en su exaltación” por el nuevo orden.
El General Don Justo Rufino
Barrios que gobernaba en Guatemala tomó nota de las tendencias conservadoras de
Leiva y su círculo, que marchaban en armonía con la actuación del Mariscal González,
hombre “sin principios fijos en la política hermafrodita que caracterizó su
gobierno, ni adhesión firme por ninguno de los partidos a quienes había
traicionado” (Grimaldi), y en vista de las circunstancias tuvo el funesto
acuerdo de prestar apoyo a Medinon, cabecilla desprestigiado y reaccionario que
iría a fracasar en el criterio de los hondureños, y menos mal que la revuelta
que encabezo vino a servir de puente para llegar al régimen civilizado del Dr.
Don Marco Aurelio Soto.
Bajo el sistema de Leiva el país
se convirtió en un campo de Agramante, como en tiempos de su antecesor, el
mandatario entró por todos los rumbos del país, pretendiendo poner a salvo el
fardo de la presidencia, pero la obra de florentismo en que hizo su iniciación
y que no tenia apoyo en el sentimiento público, se desmorono al faltarle la
arena movediza en que hundiera sus frágiles cimientos que integro con
martingalas y ficciones políticas.
Leiva se inicio en la carrera pública
como liberal, pero habiendo alcanzado el poder sobre infidencias, quiso
mistificar la política. Es el inventor del llamado Partido Nacional, en
Honduras. Pretendió formar una agrupación compuesta de toda clase de elementos,
haciendo tabla rasa de los partidos tradicionales, pero su intento tuvo un
resonante fracaso. Los conservadores y liberales que entraron en su gobierno
siguieron respondiendo a su filiación histórica; y cuando los cachurecos se
levantaron en armas, con Medinon, el 16 de diciembre de 1875, para cambiar el
régimen, solo los rojos fueron leales al orden establecido, mientras los
conservadores siguieron a su antiguo caudillo.
Es Ponciano Leiva quien dio a los cachurecos, como divisa, los
colores nacionales, cambiándoles el estandarte verde que siempre ostentaron en
las contiendas cívicas por el emblema de la patria. Ha sido necesario
que una reciente legislatura prohíba usar la bandera nacional como divisa sectaria,
para hacer comprender a los serviles que deben recoger su gonfalón; pero acaso,
avergonzados de su antiguo color, por los desaciertos políticos que cubre, han
renunciado al verde tradicional para apellidarse Azules, mientras tanto,
el liberalismo orgulloso de su historia, y lógico en sus procedimientos,
continua leal a su roja enseña, con lo que marchan sus batallones a la
conquista del porvenir.
La administración de Leiva tuvo
el propósito de impulsar la enseñanza primaria, omitiendo un reglamento sobre
la materia, prometió apoyo para funcionamiento de un Instituto de enseñanza en
Santa Rosa de Copán, y estuvo anuente a participar en las conferencias
unionistas que en 1876 tuvieron sede en Guatemala. Pero las proyecciones
liberales del mandatario no pasaron los lindes de la especulación teórica.
Combatido por las facciones y
adversado por los gobiernos de Guatemala y El Salvador, el orden de cosas
levantado por Leiva, se desmoronó en la misma forma que se había organizado, al
calor de la anarquía y de la intervención.
La caída del cacique no tiene el
significado de un anulamiento total. Al tocar la tierra, como el Anteo de la
leyenda cobra nuevos brillos y torna a la lucha. Años después aparece de nuevo
el viejo caudillo en la escena política en perfecto acuerdo con los conservadores,
a los que se había vinculado en 1876 para no dejarlos más. Luis Bográn creyó
que el gobierno pertenecía a su patrimonio personal, por haberlo retenido
durante dos periodos consecutivos, por artes de birlibirloque, y para
trasmitirlo a su camarilla provincial, saco al anciano político de su retiro de
Santa Cruz de Yojoa, poniéndolo al frente del Ministerio de la Guerra, mientras
llegaba el momento de entregarle los destinos nacionales.
A la muerte de Don Celeo Arias,
en quien el sentimiento popular había fijado sus miradas para sustituir a Bográn,
la juventud que respalda al patricio, entro en actividades y quiso presentar un
candidato de su seno. El oficialismo prepotente, orgulloso de su predominio,
frente a la juventud que se agitaba, quiso oponer la longevidad autoritaria y
reaccionaria. Contra la nominación de Dr. Policarpo Bonilla, lanzada a la
consideración del electorado, por elementos de renovación, que el 5 de febrero
de 1891 organizaron definitivamente el Partido Liberal, los hombres del poder y
el bando cortesano, en la inútil tarea de quitarse el epíteto de conservadores,
formaron lo que se intituló “Partido Progresista” para sustentar la fórmula del
General Ponciano Leiva, o sea, la de la senectud consagrada.
El Partido Progresista venía a
ser una nueva ubicación, como la del Partido Nacional de 1874 en que pretendió
apoyarse Leiva para mantener su gobierno; pero el progresismo como el
nacionalismo y todas las ficciones políticas que tienen base en la imaginación,
surgió a la vida con los signos del fracaso, porque no descansaba en la
voluntad de factores populares. El tiempo y la hoguera de anarquía que encendió,
convirtieron en humo las especulaciones y manejos del llamado Partido Progresista.
La Candidatura de Leiva,
sostenido por todos los órganos del Ejecutivo, se llevó a sangre y fuego de uno
a otro extremo del país, y se le hizo triunfar en los comicios del 5 de
septiembre de 1891, por una votación de 34,362 sufragios, contra 15,000 que alcanzó
el liberalismo en medio de la más cruda imposición.
El 30 de noviembre de aquel año
se posesionó del mando pero como no alcanzaba el poder con el ascenso
espontaneo de la nación, los ánimos se agitaron y la revuelta estalló con el
Gral. Sierra en el Sur de la república. El conato fue prontamente reprimido,
pero el sentimiento popular se fue exaltando y creciendo hasta que estalló con
fuerza de huracán.
FUENTE: PRESIDENTES DE HONDURAS VOLUMEN II desde
Celeo Arias hasta un capitulo de historia nacional. Dr. José Ángel Zúniga
Huete. Pags. 14-18. IPGH 1988
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