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Juan Ramón Martínez

Juegos tradicionales; anónimos pero universales

 

A los colegas de la Universidad Pedagógica  Nacional Francisco Morazán  de Santa Rosa de Copán, con mi aprecio.

 

                                                                                                                   Rubén Darío Paz*

A través de los tiempos se ha demostrado que los juegos tradicionales son como un punto de encuentro entre la motrocidad, literatura y folklore. Decir juego tradicional es referirse a los albores de la humanidad, tanto que las grandes civilizaciones dejaron en sus diversas manifestaciones artisticas, algunos; gravados, pinturas, monedas, murales, vasijas etc. 

El ejemplo más cercano lo tenemos en numerosas poblacionales de México, Guatemala y con alguna leve incidencia en Honduras, cuando encontramos prácticas prehispánicas del  juego de la Pelota Maya, actividad sociocultural en la que siguen participando, niños, hombres y mujeres. Se trata de un “juego”, donde se requiere de fuerza física y muchas habilidades. Sobre el significado de éste juego, es oportuno mencionar que los especialistas aún no tienen opiniones concluyentes, sí se trata de un acto ceremonial o cae únicamente en lo lúdico, por dicha, sigue practicándose.

En el continente americano, seguimos encontrando una serie de elementos, relacionados con los juegos tradicionales, quizás el juguete que más se repite, son las “ocarinas” o “pitos”, que aparte de ser un objeto ceremonial,  es un instrumento musical, pero tambien va formar parte del entretenimiento de los niños.

Como es de todos conocidos, en 1492, al llegar los conquistadores europeos a lo que ahora conocemos como América, se inició un intercambio cultural intenso, imponiendose por supuesto la cultura dominante española, de ahí que numerosos juegos europeos, fueron practicados en la América colonial, estós a lo largo de los siglos, han venido evolucionando, por lo que ahora los percibimos distintos, sin perder su esencia.

Tambien los juegos tradicionales, nos reflejan un sincretismo,  debemos conocerlos, y por supuesto es urgente darles continuidad, bien al interior de las aulas escolares o en los patios de nuestras familias. Es oportuno destacar que los juegos, coexisten incluso antes de institucionalizar la escuela, pues, es al interior de las familias o compartiendo entre vecindarios, donde empezaron  a estructurarse.

 

Escenarios distintos donde se practican los juegos tradicionales

En el caso hondureño, la escuela como institución llegó tarde, casi a mediados del siglo XIX, al menos si la comparamos con otras latitudes del istmo centroamericano. Sugnifica que esos niños que familiarmente conocian algunos juegos, ya en sus tiempos de “recreos escolares”, empiezan a expandirlos y agregar elementos desde su inventiva.

Aunque es preciso mencionar que desde el Estado hondureño, formalmente,  no ha existido un proyecto de fortalecimiento de los juegos tradicionales, empero vale destacar que muchos docentes a nivel nacional, se han convertido en impulsores de iniciativas trascendentes, incluso celebrando  festivales al interior de sus comunidades, otros investigando, e incluso en el mejor de los casos, utilizando algunos juegos para enseñar diferentes disciplinas del conocimiento. Son docentes los que en San Marcos en Santa Bárbara, estan atrás de lo que se conoce como el “Festival de Juegos Tradicionales”, que han alcanzado trascedencia internacional y lograrón que el Congreso Nacional reconociera   al municipio de San Marcos como “La capital de los Juegos Tradicionales de Honduras”, mismos que se celebran cada año en el mes de abril.  

Sabemos que los juegos tradicionales trascienden los escenarios, del solar de la casa, van a la escuela, al igual que a las plazas públicas. Sus prácticas mantienen viva la memoria lúdica, fortalecen las destrezas, habilidades, valores,  actitudes necesarias para un desarrollo integral; propician los vínculos, es decir, la relación con los demás; enseñan a los niños a ser solidarios, a compartir, a esperar su turno, a valorar el rol del otro, a establecer relaciones fuertes y duraderas, y por supuesto ayudan a los niños a ser felices.

 

La ruralidad como elemento de cohesión cultural

El desplazarce por la geografía hondureña, particularmente en las comunidades rurales,  es darse un baño de aprendizaje, pues pronto nos damos cuenta de la riqueza que aún existe, lo mismo nos sucede cuando logramos compartir al interior de las comunidades  culturalmente diferenciadas, llamense, miskitos, creóles, tawhakas, pech, lencas, chortís, tolupanes y garífunas. Con suma alegría hemos podido fotografíar niños que viven en los linderos del río Plátano, ahí sus padres les confeccionan con primor, pequeños “pipantes” o “barquitos” de maderas nobles, mismos que deslizan por las turbulentas aguas del emblematico río, por supuesto ante la vista de una madre que casi siempre lava a las orillas del río.  En alguna ocasión en las comunidades cercanas a Guanaja, unas niñas creoles, me ofrecieron “pastelitos de tierra” y luego…el tradicional..va llevar señor!!, sin duda pasteles baratos y de sabores imaginarios.

Mientras en el área miskita, pudé observar niños que cargan “mini-atarrayas”, elaboradas por su padres con esa idea, de vincularles desde temprano a la pesca cotidiana. El imaginario garífuna, no se puede percibir sin tambores, el sonar de las maracas, más los ritmos contagiosos. Es frecuente ver como los niños  garífunas, se organizan en “conjuntos”,  improvisan con latas “inservibles”, y tamborcitos ya desechos. Estos niños con escasa ropa, de faciles sonrrisas, bailan “parranda”, “punta”, y cantan, para ellos la diversión no conoce limites. En los dias proximos a la navidad en las comunidades garífunas como Iriona o Batalla, al ritmo de tambores y caracoles, se hacen ¨parrandas”, una forma de darle la bienvenida a miembros de ese grupo, que llegan a pasar las fiestas de fin de año. Atrás del grupo de adultos, casi siempre van grupos de niños haciendo lo mismo, bailando  y tocando tamborcitos o latas ligeramente usadas.  

En otras ocasiones compartiendo con niños lencas hemos podido ver concursos del “trompo sonador”. Ellos dicen que el mejor trompo es el que tiene un “sonido agradable” y por cierto al tenerlo en la palma de la mano es “sedita”…. Afirman  adémas que los mejores trompos se hacen del arbol de Guayaba, coincidimos que el juego de trompos  es uno de los que más se práctican en Honduras. Recordemos que cada juego tiene su temporada, y para ello se toman las estaciones como referencia,  no es al azar. Al revisar los aportes de los espertos dicen que el origen del trompo es incierto, aunque se tiene conocimiento de existencia de “peonzas” desde el año 4000 a. C., ya que se han encontrado algunos ejemplares, elaborados con arcilla, en la orilla del río Éufrates. Hay rastros de trompos en pinturas antiguas y en algunos textos literarios que citan el juego. No debemos olvidar que en América existe el “trompo coyote”, que es una variante del trompo que consideramos como americano y así comenta el colega Mario Ardón Mejía “aunque no contamos con las fuentes apropiadas para establecer un juicio en torno a su origen, esta variante de trompo también se ha registrado en Venezuela y en el Perú. Basándonos en la sugerencia presentada por Emilia Romero en su obra Juegos del Perú Antiguo, nosotros compartimos con ella, cuando manifiesta la posibilidad de que el trompo fuera ya conocido con anterioridad a la llegada de los españoles. Ella, al igual que nosotros registra una variante de trompo que nosotros registramos como trompo coyote, en los departamentos de Santa Bárbara y Copán”.

[1] El sonido que emite el trompo, en este caso es similar a la aguda onomatopéyica del coyote.  

Niños tolupanes, improvisan carretas, una llanta y dos  palos largos sin cepillar, se deslizan con facilidad en las montañas de La Flor. Debo decir, que en la aldea de San Juan, siempre con los tolupanes, encontré una “motocicleta”, elaborada con residuos de madera, tan bien elaborada que un niño grande, podía subirse en ella, aquí lo que tenemos, es la dedicación de un padre, que no importan los limitados recursos, sino complacer a un niño.

Hemos podido constatar en las comunidades Chortí cercanas al municipio de Copán Ruinas, como los niños imitan sonidos de aves desde un par de “carrizos” agujereados  de bambu. Los Pech, por su parte, utilizando los frutos del árbol del “morro o cutuco”, improvisan maracas, y después de las celebraciones en honor al Cristo Negro, un grupo de niños van cantando y cargando en hombros una tabla de madera, imitando una proseción de adultos.   

Aunque la mayoría de los hondureños exhibimos un amplio mestizaje, pocas veces reflexionamos sobre la riqueza que hay más alla de los juegos tradicionales. A la fecha no tenemos un gran concurso del “barrilete” “bolantín” o “papelote”  más grande y  colorido, aunque en numerosos pueblos esperamos los “vientos de noviembre” para volarlos lo más alto posible, no menos entusiasmados  como los campesinos que esperan las  “lluvias de mayo”.

Especial reconocimiento merece, El Festival de barriletes gigantes de Santiago Sacatepéquez, actividad que  se celebra anualmente el 1 y 2 de noviembre en el municipio guatemalteco de Santiago Sacatepéquez. Es uno de los principales eventos culturales de este municipio, en la cual se construyen barriletes gigantes. Durante el día de los difuntos los pobladores de este municipio suelen visitar las recién pintadas tumbas de sus antepasados para orar y depositar allí ofrendas florales. El Estado guatemalteco, responsablemente ha declarado la festividad como parte del patrimonio intangible, y se promociona la festividad con mucho interés.   

Los juegos populares, también llamados de tradición, mantienen viva la memoria lúdica de una región; fortalecen las destrezas, habilidades, valores y actitudes necesarias para un desarrollo integral; propician los vínculos, es decir, la relación con los demás; enseñan a los niños a ser solidarios, a compartir, a esperar su turno, a valorar el rol del otro, a establecer relaciones fuertes y duraderas, a ser felices. El repertorio de los juegos es amplio, y en él se incluyen; canciones, rondas, narraciones, cuentos, adivinanzas, trabalenguas entre otros.

Canciones que trascienden tiempo y espacio

Una de las canciones más conocidas es “Arroz con leche se quiere casar…”, su origen es francés y data del siglo XIV, en algunas regiones del continente se le fue cambiando la letra, incluso el destacado cantautor Guillermo Anderson, le introdujo un estribillo que refleja identidad.

¡Arroz con frijoles, se quiere casar…, con una muchacha que sepa bailar…!

En varios pueblos aún se enseña a los niños, “Aserrín, aserrán, los maderos de San Juan”. La canción se relaciona a la noche de San Juan,  por cierto una festividad asociada al fuego desde tiempos inmemoriales. 

¡Aserrín! ¡Aserrán! Los maderos de San Juan

Piden queso, piden pan,

Los de Roque, alfadoque

Los de Rique alfeñique

Los de triqui, triqui, trán...

“Juguemos al lobo”

Los niños eligen un participante para que haga las funciones de lobo y pasa al centro. 

Los niños haciendo  un círculo van cantando, “Juguemos, juguemos a la playera, ahorita, ahorita  que no ésta el lobo”…. Luego los niños preguntan, ¿Lobo que estás haciendo?, mientras continúan rondando, el niño del centro contesta…“estoy durmiendo”, “estoy levantándome” “estoy bañándome”, “estoy desayunando”, o lo que se le ocurra al niño, y así sucesivamente hasta que esté listo para salir a atrapar al resto de los integrantes del juego, aquel que primero sea atrapado tomará el papel del “lobo”. Desde sus inicios, el juego  está orientado a reforzar hábitos, además que desarrolla habilidades como la astucia, invención y habilidad para correr o atrapar. 

 

“Las escondidas”

Se trata de un juego que se realiza en espacios abiertos, los niños elijen a la persona que contará hasta diez, mientras cierra sus ojos y se ubica frente a una   pared, poste o un árbol. Entre tanto, los demás se esconden, al finalizar el conteo la persona, debe empezar a buscar a los demás participantes. Los ‘escondidos’, por su parte, deben tocar la pared, el poste o árbol en el que se realizó el conteo y decir su nombre antes de que lo haga el ‘contador’. En este juego se ofrece el espacio para que cada niño escoja el mejor sitio para ocultarse. Los psicólogos sostienen que estimula las habilidades motoras y  su creatividad.

 

Otras rondas y cantos conocidos

Con la idea de que podamos recordar algunas de sus letras de las Rondas,  o en su momento puedan ponerse en práctica, les describo algunas de ellas. Las cascaras de huevo, Los Pollos de mi Cazuela, Las Estatuas, El Pellizcón, La Pájara Pinta, Allá en Francia, La Fiesta, En el Patio de mi Casa, El Tío le dijo al Guardia, Nachito Malcriado, La Niña Manola, Guayabita Blanca, La Renquita, Los Elefantes, Doña Ana, Manzanitas de Oro, Las Mulas de Cáscara Rueda, Mata-rine-rine-rero, Las Muñequitas. Bajo esos criterios del dinamismo cultural, sabemos que las letras pueden incluso variar de generación en generación, por ejemplo en algunos “pueblos de Santa Bárbara en vez de Las estatuas de marfil, se canta “Las estacas de Martín”….

Otro detalle para valorar es que en la mayoría de las rondas que se realizan, participan niños de ambos sexos, y esto genera espacios de mayor convivencia.

La Rayuela; tan común como variante

En diferentes escenarios se puede jugar Rayuela, y es tan común que aparece en innumerables fuentes historiográficas que le vinculan a Europa, sin embargo en América, como hemos señalado toma características sustanciales.  A  la Rayuela además se le conoce con otros nombres como el luche en Chile, "golosa o avioncito" en Colombia, y en la Comunidad de Valencia (España), Samborí. En Algunos Estados de México, se le conoce como " el avioncito" y en Perú, se le conoce como "mundo". Otros especialistas son del criterio que la Rayuela  se desarrolló en la Europa renacentista y que la temática está basada en el libro La divina comedia de Dante Alighieri, obra en la  cual el personaje, cuando sale del Purgatorio y quiere alcanzar el Paraíso, tiene que atravesar una serie de nueve mundos hasta lograrlo. Pero bien, no importa cómo se le nombre, lo más trascedente es que con un “tejo en manos”, podemos alcanzar otros espacios y mejor si aprendemos a jugar Rayuela con los benditos Zancos…

 

A manera de conclusión, debe ser una prioridad de las instituciones educativas, establecer políticas que permitan preservar, valorar y fortalecer los juegos tradicionales, como una práctica que facilite el aprendizaje en la escuela básica.

Implementar los festivales de juegos tradicionales, alejaría a los niños de los “vicios electrónicos” en que han caído, con lamentables consecuencias y con la complicidad de los padres ocupados en otras actividades, no necesariamente educativas.  

Sería relevante empezar a sistematizar experiencias de nuestros docentes, que han utilizado juegos tradicionales en la enseñanza de las distintas disciplinas. Hacen falta además espacios para albergar juguetes tradicionales, como un legado a las generaciones futuras.

 

        Camalote York, Talgua, Lempira, agosto 2020 

 

 

*Director de Gestión Cultural, en el Centro Universitario Regional de Occidente- Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Docente investigador en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán en Santa Rosa de Copán. Es autor y co-autor de varios libros. Historiador, egresado del doctorado de Antropología Cultural en la Universidad de Salamanca, España. Ensayista y fotógrafo. Es miembro de Número de la Academia de Geografía e Historia. Correo rubenga1934@yahoo.com  Teléfono- 89 02 70 49  

 

 



[1] Folklore Lúdico Infantil Hondureño. Es de las escasas publicaciones existentes que describen con gran acierto parte de los juegos tradicionales en Honduras. Obra del destacado investigador Mario Ardón Mejía y publicado gracias a  Save the Children. Tegucigalpa, 1986

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Sobre el autor

Mi foto
Olanchito, Yoro, 1941. Realizó estudios de profesorado en Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Profesorado y es licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Divulgador cultural y periodista de oficio, Juan Ramón Martínez Bardales es columnista del diario La Tribuna desde 1976, medio en el que también coordina los suplementos Tribuna cultural y Anales históricos. Además, mantiene una columna en La Prensa de San Pedro Sula y una semanal en la revista Hablemos Claro.