Vladimir
de la Cruz
(Conferencia
dada el 29 de octubre del 2020, en el marco de las actividades de celebración
del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica, organizadas por la
Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano”, la Cátedra Enrique Macaya Lahmann
de la Escuela de Estudios Generales, de la Universidad de Costa rica, y el
Instituto de Formación en Democracia, IFED, del Tribunal Supremo de Elecciones,
transmitida por Facebook Life del Tribunal Supremo de Elecciones)
Como resultado de la conquista y el proceso
colonizador español, España se vio obligada a dividir el territorio americano
en vastas regiones, llamadas Virreinatos.
A medida que fue conociendo la inmensidad del
territorio llegó a establecer cuatro virreinatos, los dos primeros fueron el de
Nueva España y el de Nueva Granada, más tarde el de Perú y luego el del Río La
Plata. A su vez, cada Virreinato, por la misma razón, de penetración y
colonización, de dominio de tierras, de riqueza y de hombres, fueron
divididos en jurisdicciones administrativas más
pequeñas.
Así, los virreinatos, durante su existencia, fueron divididos para su
mejor administración, en Capitanías Generales, Gobernaciones, Audiencias,
Intendencias, Corregimientos, Comandancias, Provincias, Alcaldías Mayores y
Menores, Partidos, como el de Nicoya, a cuyo frente se ponían autoridades,
generalmente de origen español o peninsular. Los gobernadores realizaban
funciones administrativas, legislativas y judiciales.
Dentro de estas estructuras funcionaron los Cabildos y Ayuntamientos
como la base política de la organización colonial.
Todas estas regiones estuvieron en función de ese
control de territorios y de hombres, a cargo de funcionarios españoles,
primero, en los puestos de poder y de decisiones administrativas, judiciales, tributarias,
más tarde con algunos criollos.
La Iglesia Católica que acompañó a los
conquistadores y colonizadores, de la misma manera, impuso su propia división
territorial religiosa, así como sus propias autoridades religiosas, encargadas
de atender las necesidades espirituales de los conquistados y sometidos al
orden colonial, y de justificar moralmente la conquista y la colonia española.
El Virreinato de Nueva España o de México fue
constituido en el 8 de marzo de 1535, que creció luego con los territorios
conquistados de Mechoacán, Nueva Galicia, las Californias y la Península de
Yucatán.
Allí, en México, se inició el Tribunal de la Real
Audiencia, en 1527, luego otros tribunales y Oficinas públicas del Virreinato.
En 1525 se había establecido el Obispado, en 1545 se constituyó el Arzobispado,
en 1535 se introdujo la imprenta, el 21 de setiembre de 1551 se fundó la
Universidad de México, en 1728 se publicó el primer periódico. Con la Iglesia
llegó el Tribunal de la Santa Inquisición, que alcanzó en su accionar a Costa
Rica, a finales del siglo XVIII, cuando fue detenido ante ese Tribunal el Dr.
Esteban Curti Roca.
Como parte de los territorios del Virreinato se
constituyeron la Capitanía General de Guatemala y la Capitanía General de La
Habana. En la de Guatemala se reprodujeron las mismas instancias
administrativas que en México, el Tribunal de la Real Audiencia, en 1542, el
Consulado en 1794, el Obispado en 1534, el arzobispado en 1742 con mando sobre
tres obispados, entre ellos el de León de Nicaragua. En Guatemala, la capital
de la Capitanía, se estableció una Casa de la Moneda, en 1733, una Universidad,
en 1678, y una Sociedad Económica, en 1795.
Los territorios del Virreinato de México, o de
Nueva España, alcanzaron Asia y Oceanía. Su división política fue en Reinos y
Capitanías Generales, que estaban a cargo de Gobernadores o Capitanes
Generales. Con las Reformas Borbónicas, en 1786, se constituyeron Intendencias
y Partidos.
En el continente americano desde finales del siglo
XVIII y principios del siglo XIX empezaron a surgir movimientos rebeldes, anti
españolistas, insurreccionales, contra el dominio colonial, por la
Independencia de las colonias.
Esta situación se agudizó y estimuló con la
ocupación francesa de España, por Napoleón, desde 1808 hasta 1814. Su presencia
en España impuso la abdicación del Rey Fernando VII a favor de José I
Bonaparte, sobrino de Napoleón, lo que provocó la reacción del pueblo español,
que los condujo a convocar las Cortes de Cádiz como Asamblea Nacional Constituyente
en 1812.
A la causa de la defensa de la monarquía española
se sumaron las monarquías Inglesa y Portuguesa. España como imperio acentuaban
la decadencia que venía sufriendo desde el siglo XVIII frente a los otros
reinos de Europa.
Los problemas que tenía España facilitaron los
movimientos anti españolistas en la región y el continente, lo que se
fortaleció con la promulgación de la Constitución de Cádiz de 1812, que
estableció el
sufragio universal, la soberanía nacional, la separación de poderes, la
libertad de prensa, reparto de tierras y libertad de industria, algunos de los
aspectos que los criollos venían pidiendo desde finales del siglo XVIII.
La ocupación sacudió los virreinatos. Las noticias
llegaron con su respectivo impacto, provocando en las autoridades españolas la
inmediata solidaridad con el Monarca español, Carlos IV y su hijo, que Napoleón
había apresado en Bayona. En Xalapa, México, las tropas virreinales se pusieron
en movimiento ante la amenaza napoleónica, ante la posibilidad de que invadiera
América. El 5 de agosto de 1808 en México, el Ayuntamiento, había reconocido
como Rey de España y de las Indias a Fernando VII, quien en España se le había
reconocido como monarca en marzo de 1808.
En España, en respaldo del Rey y contra Napoleón,
se habían constituido Juntas. En España estaba la Junta Suprema Central. En
México se creó la Junta el 14 de agosto de 1808. La Junta era el gobierno
encargado de dirigir la administración colonial durante la ausencia del Rey. De
las Juntas de Oviedo y de Sevilla llegaron emisarios a México a tratar de
supeditar la Junta de México.
En México se empieza a producir una crisis de
gobierno. Liberales independentistas empezaban a tomar fuerza. Se impulsan
conspiraciones como la de Tacubaya, la de Melchor de Talamantes, en Morelia, y
en Querétaro, en la que participa el sacerdote Miguel Hidalgo, que era el
párroco de Dolores, conspiración que da origen el movimiento de independencia
de México, en su primera etapa, con su famoso grito por la Independencia, como
se conoce, el Grito de Dolores, del 16 de setiembre de 1810, proceso que
culmina en México, once años después, en 1821, con la Declaración de
Independencia. A los insurgentes del Padre Hidalgo se sumó luego el sacerdote
José María Morelos. Ambos fueron capturados y ejecutados.
En España el Movimiento Juntista llamaba a luchar
contra la ocupación francesa de España, a luchar por la Libertad y la
Independencia de España de esa ocupación. La Iglesia española se sumó a este
llamado contra la ocupación francesa y ordenó a todas las iglesias del
continente, que eran subordinadas suyas, y a sus sacerdotes, a actuar de la
misma manera, contra la ocupación Francesa de España, por la Libertad y la
Independencia, lo que estimula a la vez el compromiso de algunos sacerdotes con
la Independencia de América de España.
Ese llamado de la Iglesia permitió que en México se empezara a
distinguir el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, el Cura Dolores, quien el 15
de setiembre de 1810 llama a rebelarse contra los españoles, quien fue
ejecutado en 1811. En México el sacerdote José María Morelos también en 1814
declara la Independencia de la América Mexicana. Otros sacerdotes que
participaron en México fueron el fraile Melchor de Talamantes, el cura José María
Mercado, los sacerdotes Mariano Matamoros y Pablo Delgado. Se calcula que en
México casi 150 sacerdotes participaran al lado de la lucha independentista. En
Guatemala el Arzobispo Ramón Casaus y Torres era seguidor de la monarquía y
atacó la Independencia, al igual que el Vicario General, José María
Castilla.
Ya declarada, el 15 de setiembre de 1821, la Independencia, el 20 de
setiembre el Arzobispo Casaus firmó el Acta de Independencia y llamó a los
sacerdotes a Jurar la Independencia, al comprobar el apoyo mayoritario que ésta
tenía. La Orden de los Bethlemitas fue la primera en seguir la orden de apoyar
la Independencia, lo que se comunicó a las iglesias de la Capitanía
General.
En El Salvador el sacerdote José Matías Delgado y de León fue uno de los
firmantes del Acta de Independencia del 15 de setiembre porque era miembro de
la Diputación Provincial de Centroamérica, y un acérrimo defensor de la
independencia. La Iglesia salvadoreña tenía una pugna interna entre
monarquistas e independentistas desde 1810, cuando trababan de crear el
obispado de San Salvador. En Honduras la Iglesia, con Obispado desde 1531, tuvo
un papel conservador. Durante los sucesos de 1821 un grupo de
sacerdotes estuvo a favor de la Independencia de Centroamérica, encabezados por
Francisco Antonio Márquez. En 1812 en el levantamiento antiespañolista de
Tegucigalpa participaron los frailes franciscanos José Heredia y Antonio Rojas.
En Nicaragua desde los sucesos antiespañolistas de 1811 la Iglesia tenía una
posición conservadora. Otros curas fueron Fray Antonio Moñino quien fue desterrado del
convento franciscano al que pertenecía, por estar en contra del dominio
español, el Fray Benito Miguelena, de la orden de los mercedarios,
y Tomás Ruiz, padre de origen indígena,
de origen chinandegano, a quien en Nicaragua se le considera Prócer de la
Independencia, que fue el primer sacerdote involucrado en los sucesos de la
independencia nicaragüense en 1814.
En el caso costarricense jugaron un papel
importante, en los días de la Independencia, algunos sacerdotes, que fueron
firmantes del Acta de Independencia de Costa Rica, como Miguel de Bonilla
y Laya-Bolívar, conocido como el padre Tiricia, Pedro José Alvarado, y uno
de los más destacados sacerdotes que fue Juan de los Santos Madriz, también
firmante del Acta de Independencia. Otros sacerdotes destacados en esos años,
que formaron parte de este proceso, e integraron los primeros gobiernos
provisionales, que sucedieron a la Independencia, lo que los hacía
partícipes de la Independencia, fueron Luciano Alfaro Arias, Manuel
Alvarado, Pedro de Alvarado Baeza, Miguel Bonilla, Nicolás Carrillo Aguirre,
Joaquín Carrillo, José Antonio Castro Ramírez, José Nereo Fonseca.
En América se dieron movimientos Juntistas a favor
del Monarca, que a la vez estimularon a quienes ya venían haciendo
planteamientos independentistas, por la misma razón que en España se luchaba
contra los franceses, contra la ocupación española de América, por su Libertad
y por su Independencia.
En México continuaba la lucha por la Independencia
en los pueblos de San Miguel el Grande, de Salamanca, de Toluca, de Guanajuato,
de Guadalajara, de Chihuahua, de Chilpancingo, de Tixtla, de Chilapa, de
Tehuacán, de Oaxaca, de Acapulco, entre otros.
En Chilpancingo se llegó a firmar una “Acta de
Declaración de la Independencia de la América Septentrional” el 6 de noviembre
de 1813, considerada el primer documento constitucional por el cual se declara
la Independencia de Nueva España del imperio español, que fue resultado del
Congreso de Anahuac, del 13 de setiembre de ese año, convocado por el cura José
María Morelos.
En esta Acta se declara que, ante la ocupación
francesa de España, América recupera la soberanía que le había sido usurpada,
quedando disuelta la relación o unión entre la Metrópoli con sus colonias,
reconociendo la religión católica como única, elemento que trascenderá a todas
las constituciones políticas que surgieron en adelante.
El Padre Morelos era defensor de la idea que la
Soberanía residía en el pueblo.
Esta Declaración de Independencia, decía que la
América Septentrional “ha recobrado el ejercicio de su soberanía
usurpado; que en tal concepto queda rota para siempre y disuelta la dependencia
del trono español; y que el Congreso de Chilpancingo, es árbitro para
establecer las leyes que le convengan, para el mejor arreglo y felicidad
interior: para hacer la guerra y la paz y establecer relaciones con los
monarcas y repúblicas”.
Este movimiento en 1814 hizo surgir la Constitución
de Apatzingán, inspirada en la Constitución Francesa de 1791, no en la de
Cádiz, ni en la de Bayona. En estas luchas estuvo Vicente Guerrero, líder de
los patriotas que luchaban
por la independencia, concentrándose al inicio de 1821 en Oaxaca.
Agustín de Iturbide, criollo mexicano, recibió,
tiempo después, órdenes de capturarlo y pacificar las provincias del sur, por
el Virrey Juan Ruiz de Apodaca.
En esa persecución Iturbide y Guerrero terminan
uniéndose y pactando el documento conocido como el Plan de Iguala,
con el cual unían sus ejércitos, proclamado su Plan de Independencia el 24 de
febrero de 1821, sustentado en tres garantías, el reconocimiento de la religión
católica como única, la Independencia de España o de otra nación bajo la forma
de una monarquía constitucional y la unión entre americanos y
españoles, entrando a México el 27 de setiembre, siendo
recibido como Libertador, y declarando el 28 de setiembre de 1821 la
Independencia de México del domino español, donde se afirma que México “por trescientos años, ni ha
tenido voluntad propia, ni libre uso de la voz, sale hoy de la opresión en que
ha vivido.”
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