Un espacio de opinión crítica y constructiva sobre temas de interés nacional con un enfoque objetivo sin exclusión ni prejuicios de clases sociales, políticas, sexo o religión.

Juan Ramón Martínez

GRANDES OLVIDADOS MIGUEL ANTONIO ALVARADO (Parte II)

 

Otra observación –aquí empleó un estilo cáustico- fue respecto a la denominación: “Constitución Política”. Tal la de 1936. “No hay Constitución Política”, dijo, “Solo hay Constitución a secas”.- Su buen juicio fue determinante: a partir de la Constitución de 1957, las constituciones son constituciones “a secas”. Hay en sus doctas intervenciones una que atañe a la Academia Hondureña de la Lengua: “El idioma nacional es el castellano, y no es el español.- En España se habla diversas lenguas: catalán, gallego, andaluz, vasco y algotra. Nosotros optamos por la lengua de Castilla.- Para no fatigar al lector, lo remitimos a la lectura de los boletines del Consejo de Estado No. 81-121 (1954-1955-1956).

 

Mas en política los errores se pagan caro. Julio Lozano, después de un fraude electoral escandaloso, mediante el cual pretendía perpetuarse en el poder, suscita la ira popular. Para evitar una revolución verdadera, la Embajada Americana y algunos “caballeros de industria”: Gabriel Mejía, Jorge Bueso Arias, Roberto Ramírez, entro otros, agitan al novato ejército hondureño a que dé su primer golpe de Estado. El 21 de octubre de 1956, se forma la Junta Militar de Gobierno que integran Roque J. Rodríguez, Héctor Carraccioli y Roberto Gálvez Barnes. Un año después convoca a una Asamblea Nacional Constituyente y ésta por elección de segundo grado, proyecta a la Presidencia de la República al médico pediatra José Ramón Adolfo Villeda Morales. En tanto nuestro biografiado está en la llanura inhóspita. Respondiendo a las demandas de la clase obrera que en 1954, realizó en Honduras una huelga, calificada por don Eliseo Pérez Cadalso de “monstruosa”. El Partido Liberal es compelido a cumplir su promesa electoral de aprobar un Código de Trabajo. El entonces Presidente del Congreso Nacional, Dr. Modesto Rodas Alvarado, ve a su alrededor y encuentra al hombre idóneo: Miguel Antonio Alvarado, para entonces el único laborista en Honduras. Aunque hay otro de menor cuantía: el abogado Amado H. Núñez. Entre ambos elaboran el Código de Trabajo vigente en nuestra Patria (Decreto No. 189 del 19 de mayo de 1959). Su articulado original fue, en parte, demolido (esa es la palabra exacta) por los intereses creados que se movían al interior del Congreso Nacional. Con todo es un instrumento jurídico que protege al verdadero ganador de la riqueza: el trabajador. La clase obrera hondureña, está en deuda con Miguel Antonio Alvarado, aun cuando lo ignora, a virtud que fue éste el redactor del Código de Trabajo, que sigue vigente.

 

Sin empleo de nuevo, lo ubica en la Escuela Militar Presidencial, su excondiscípulo en la Escuela Normal de Varones, el profesor Martín Alvarado. Enseña Literatura y otras asignaturas. Revela a sus alumnos que él es el verdadero autor de la “Preceptiva Literaria”, cuyos derechos de autor cedió a su amigo Enrique Muñoz Meany.- En esta aseveración hay un elemento importante, Muñoz Meany, se caracterizó por escribir solo obras graves: “Libertad Metafísica y Libertad Jurídica” (1943); “Fatalidad y Libertad, magnitudes humanas” (1943). Dejemos aquí las citas. ¿De dónde ese deslizamiento al campo de la Literatura?

 

Me consta su amor por las buenas letras. Siendo yo un mozalbete de 20 años, tuve el honor de atenderlo en la Biblioteca Nacional (hoy Juan Ramón Molina). Yo cubría el turno de noche (7:00 a 9:00 pm). Como quien acude a una cita de amor, acudía puntual y atildado, enfundado en un traje negro, emanando un olor a loción fina. Claro que iba a una cita de amor con la cultura. Cada noche lo esperaba la diosa Palas Atenea. Siempre solicitaba el mismo libro: “Preceptiva Literaria” de Juan J. Remos (cubano). Lo leyó hasta agotarlo. Al terminarlo, dejó de llegar. Me llamaba mucho la atención que nunca anotaba. Me daba la sensación que llevaba en la cabeza el contenido total del libro.- Me tocó atender a muchos intelectuales. Conocí a Ramón Oquelí, a Filánder Díaz Chávez; pero llegaban por datos puntuales. Ninguno tenía la disciplina de lectura de Miguel Antonio Alvarado. Sin perjuicio que lo hicieran en sus casas. El resto de los lectores era volátil. Casi siempre llegaban en pos de “la Prensa Gráfica” de El Salvador. Cualitativamente superior a la prensa hondureña. Al menos durante esa época.

 

Miguel Antonio Alvarado Ordóñez, tuvo un hermano de “vínculo sencillo” (como reza el código civil soviético de 16 de abril de 1945). Por cierto, más liberal y suelto que los inspirados en el código napoleónico. Este hermano se llamó Rafael Jerez Alvarado (1917-1994). Jerez Alvarado fue cariísta hasta que el caudillo dio el último aliento. Llevó a su hermano a conocer a Tiburcio Carías Andino (1876-1969). No fue una visita de cortesía. Un hijo del doctor y general Tiburcio Carías, era a la sazón el Ministro de Relaciones Exteriores, en la administración del general Oswaldo López Arellano (1919-2010). Nos estamos refiriendo al doctor en Derecho Tiburcio Carías Castillo.- Al parecer el general Carías era un hombre noble. Sabía que Miguel Antonio Alvarado había adversado su gobierno. Aun así lo recomendó ante su hijo. De esta manera, Miguel Antonio Alvarado, ingresa a la Comisión de Estudios Territoriales, dependencia de esa Secretaría de Estado, donde realiza una labor patriótica en grado sumo. Alterna con otros jurisconsultos: Ramón Valladares, Pedro Pineda Madrid, el ingeniero Félix Canales Salazar y otros hondureños ilustres. Gracias al tesón de estos hombres gana Honduras en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, su viejo litigio fronterizo con El Salvador. Pero, en Miguel Antonio Alvarado, había energía mental para otras cosas: escribe para diario “El Día”, bajo el seudónimo: “Segundo Ávila”. Segundo Ávila, era una persona natural. Uno de los vigilantes del antiguo Palacio de los Ministerios. Solo Oscar Acosta sabía quién se escondía tras ese seudónimo.- Además, dirigió “Foro Hondureño”, órgano del Colegio de Abogados de Honduras. Le dio a la publicación renovados brillos. Es célebre un artículo suyo sobre las guerras civiles en Honduras.

 

Allí en la Comisión de Estudios Territoriales, le llega la noticia que había sido electo Presidente de la Academia de Geografía e Historia, cargo que aceptó con suma complacencia.

 

Después del doctor Carías Castillo, ocupan el cargo ministerial una larga sucesión de personalidades. Nadie recomienda a Miguel Antonio Alvarado. Lo recomienda su rendimiento laboral. Allí estaba aún en 1973; había vuelto al poder, por alzamiento armado, el general Oswaldo López Arellano; esta vez mejor intencionado y mejor acompañado.

 

En el año dicho, gobernaba la república de Chile, el doctor en medicina Salvador Allende Gossens (1909-1973), fue candidato a la presidencia de Chile en 1952, 1956, 1964 y 1970. Elegido en esta última fecha presidente por la coalición de los partidos de izquierda, Unidad Popular. Puso en marcha un ambicioso programa de reformas, truncado por el golpe de Estado del general Pinochet, en el curso del cual murió.- El gran poeta Pablo Neruda, muere pocos días después.- Los militares capturan y asesinan sin miramientos ni arrepentimientos. Entre los detenidos un joven hondureño Miguel Mariano Torres Soto, hijo del notable abogado Manuel Torres Ramos (otro gran olvidado).- El muchacho está detenido en un buque de guerra, allí llevaban a los que iban a fusilar, para luego lanzar el cadáver al mar. Alguien –algún camarada- tenía la dirección familiar, aquí en Tegucigalpa. El abogado Torres no sabía qué hacer. Acude, entonces, donde su amigo Miguel Antonio Alvarado.- Lo escucha conmovido y dícele: “Hay que salvar al muchacho”. Llama a su secretaria y le dicta el mensaje cuyo texto, palabra más palabra menos, dice: “Con instrucciones del Señor Canciller de la República, abogado César A. Batres, me dirijo a Vuecencia solicitándole se apersone al buque (aquí el nombre de la embarcación) a solicitar la pronta libertad del joven hondureño Mariano Torres Soto. El barco está anclado en el Puerto de Valparaíso. Lleve la documentación que lo acredita como Embajador de Honduras. Actúe con respeto, pero, con firmeza. (f) Miguel Antonio Alvarado, director de la Comisión de Estudios Territoriales.

 

Por fortuna el Embajador era una magnífica persona: Rafael Leiva Vivas. No dudó de la veracidad del mensaje.- Viajó a Valparaíso. No hubo reticencias, le entregaron al muchacho. Luego se comunicó telefónicamente con el Canciller Batres Galeano. A quien le dijo: “Misión cumplida, Ministro”. Batres se quedó perplejo. Preguntó a qué misión se refería. Leiva Vivas le leyó el texto. Batres colgó el teléfono, sin despedirse. En el fondo admiró el gesto del Dr. Alvarado, así lo llamaban en la Cancillería. No hubo reprimenda. Si esta se hubiera producido nuestro hombre ya tenía lista su renuncia. Esta anécdota revela de cuerpo entero la personalidad de Miguel Antonio Alvarado Ordóñez.

 

Falleció en Tegucigalpa en 1977, tenía 82 años de fecunda existencia.- Murió en la tranquila paz de los justos.- No sé a quién heredó su vasta biblioteca, de las más ricas de Centroamérica. No hubo acuerdo nacional de duelo. Tampoco se izó la bandera a media asta. El único reconocimiento en vida fue haberle otorgado –dos años antes de su deceso- el Premio Nacional de Ciencias “José Cecilio del Valle”.- Ningún colegio de Honduras lleva su  nombre. Para salvarle de las brumas del olvido, le dedico este artículo.

 

Tegucigalpa, M.D.C., 25 de noviembre de 2020

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Sobre el autor

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Olanchito, Yoro, 1941. Realizó estudios de profesorado en Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Profesorado y es licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Divulgador cultural y periodista de oficio, Juan Ramón Martínez Bardales es columnista del diario La Tribuna desde 1976, medio en el que también coordina los suplementos Tribuna cultural y Anales históricos. Además, mantiene una columna en La Prensa de San Pedro Sula y una semanal en la revista Hablemos Claro.