Juan Ramón Martínez
La primera vez
que lo vi fue en septiembre 15 de 1949. Doña Mencha nos envió a que nos
fotografiara en su casa, donde, además, manejaba la Farmacia Honduras. Lo hizo
con una cámara portátil. Había sido diputado durante el gobierno de Carias
Andino. Fue la única voz que se opuso en el Congreso Nacional – contrariando
las instrucciones de Carias – a que se levantaran las líneas férreas tendidas
entre Trujillo y Olanchito. Y era, además, el representante legal y corporativo
de la Stándard Fruit Company en la ciudad cívica. No era un hombre popular. Eran tiempos en que
los nacionalistas eran minoría y ejercían control despótico sobre los liberales
que no podían usar, ni siquiera pistola. En 1960, me incorpore al Bloque de
Prensa de la APEN (Asociación de Periodistas y Escritores Norteños). Era el más
joven del grupo que integraban además de don Mauricio Ramírez, Jesús Medina Nolasco,
Francisco Murillo Soto, Lino E. Santos, Carlos Urcina Ramos, Ranulfo Rosales
Urbina, Pablo Magin Romero y yo. En 1962, nos acompañó como miembro de la
delegación del Bloque de Prensa de Olanchito que integrábamos, adema, Humberto
Caballero y yo. En el congreso, maneje una polémica – sobre cuyo tema no guardo
recuerdo alguno – con Martin Baide Urmeneta, periodista de mucho prestigio en San
Pedro, que dirigía “El Meridiano de Cortes”. En medio de la discusión, se fue
la luz eléctrica y en la penumbra por molestar al veterano Baide Urmeneta,
entre la multitud se improvisó un coro que repetía, “Olanchito”, “Olanchito”,
“Olanchito”. En la fiesta, que ofrecieran los anfitriones del Bloque de Prensa
de Santa Rosa de Copan, en la sede de la Asociación de Obreros, se agregó a la
delegación nuestra Dionicio Romero Narváez, entonces el Director de Correo del
Norte. Romero Narváez no era simpático. Pero con los tragos, que, para entonces,
casi no podía retener, se tornó cercano y hablaba con todos, con mucho cariño, en
el tono de paisanos reencontrados. Conmigo solo nos dimos la mano. Era la
tercera vez que le veía. La primera, siendo alcalde, le hice una consulta y me respondió
con un enfático no. En su residencia en SPS, me estrecho la mano y me dijo como
está usted. Creo que nunca supo mi nombre.
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De izquierda a derecha Juan Ramon Martinez, Mauricio Ramirez, Humberto Caballero. Congreso de periodistas..Santa Rosa de Copan, mayo 1962. |
A finales de
1962, cuando ya había decidido presentarme al concurso para optar a una beca en
la Escuela Superior del Profesorado, al momento de viajar a San Pedro Sula, no
tenía dinero para el pasaje en avión y para cubrir los gastos de estadía. Trabajaba
como maestro de primaria, atendiendo cuarto grado. Nos pagaban 130 lempiras
mensuales; pero el gobierno no era muy puntual. De modo que, entendí que no tenía
otra alternativa que solicitar un préstamo de 80 lempiras, cantidad que
calculaba, seria suficientes. Recurrí a Lino E. Santos – que me había ayudado a
conseguir el empleo de profesor --, que dijo que no. Recurrí a Domingo Urbina,
el que, también dijo no. Me sentí desolado porque no tenía más alternativa. Después
de meditarlo, se me ocurrió visitar a Mauricio Ramírez y pedirle el préstamo. Me
trataba de compañero y era muy simpático conmigo. Pero como vivíamos tiempos de
crudo sectarismo, siendo yo liberal, era un deshonor buscar un favor de parte
de un nacionalista. Haciendo tripas corazón, llegue a la “Farmacia Honduras” en
donde me saludo con mucha alegría. Si Nicho Romero era antipático, Mauricio Ramírez
era todo lo contrario: sonriente, amigable, conversador y no disimulaba su deseo
que uno se sintiera bien a su lado. Cuando le explique mi situación y le
solicite los 80 lempiras, me respondió, sonriendo: “vea compañero, en este momento
no los tengo– eran las 10 am – pero venga mañana”. Hizo una pausa y agregó: ¡por
esto, no dejara de ir a estudiar a Tegucigalpa!
“Venga mañana a las 2pm”. Nos despedimos. Quise llorar. Al día siguiente llegue
y me entrego el dinero. Dos días después hice el examen de ingreso a la
Superior. Regrese a Olanchito a esperar los resultados. Apenas me llego el
cheque, fui y le pague los ochenta lempiras, en la primera de las muchas
tribulaciones económicas que he tenido.
Cuando réferi
esta historia, un compañero, y entonces “correligionario liberal”, me dijo: “Ese
hombre era malo; no te estaba haciendo un favor. Te estaba corriendo de
Olanchito”. Ahora, creo, por el contrario, que era un personaje singular. Que sabía
servir a sus amigos y a los jóvenes que querían superarse.
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