Oscar Aníbal Puerto Posas
Señor Director de la Academia Hondureña de
la Lengua,
Lic. Juan Ramón Martínez:
Honorables familiares de Luis Hernán
Sevilla:
Culto auditorio:
Ocupo este pódium gracias a la bonhomía de Juan Ramón Martínez. No estaba incluido en el programa, pero nuestro Director me oyó decir que yo había sido condiscípulo de Luis Hernán, en la augusta Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. En efecto, tuve la satisfacción de compartir aula, durante un sexenio, con el autor cuyo libro la Academia Hondureña de la Lengua, presenta esta tarde decembrina.
Luis Hernán Sevilla, era un danlidense obsedido de serlo. Cuando nos conocimos transcurría el año 1963. Él frisaba en los veinticinco años (nació en 1938). Yo era un poco menor, nací en el fragor de la Segunda Guerra Mundial. Luis Hernán era un hombre parco, de semblante triste. Vestía con sencillez, con ropa que evocaba la humildad campesina. No obstante, proceder de una de las mejores familias de Danlí.- Su retraso al ingresar a la Universidad, tenía una explicación: había estado en un seminario Jesuita, no sé si en Guatemala o en El Salvador, pero algo torció su vocación. Si bien, hasta el fin de su día fulgió en su pecho la fe cristiana.
Cuando lo conocí ya era escritor.- Su
consanguíneo, el siempre bien recordado Manuel Gamero Durón (ya fallecido) le
abrió las páginas de diario “Tiempo”.- Luis Hernán tenía, en sus escritos, un
tema unilateral: Danlí.- Tengo la impresión que lo idealizaba en demasía.
Siempre fueron los suyos, artículos referentes al pasado de su ciudad natal.
Pero eso sí, llevaban una precisión histórica asombrosa. Fueron fruto de arduos
estudios. Nuestro hombre, saliendo de clases, se refugiaba en las penumbras del
Archivo Nacional. Viejos infolios dan fe de sus afanes. Todo ocurría bajo la
mirada beatífica de don Julio Rodríguez Ayestas y Carmencita Bulnes. Eran otros
tiempos y eran otras gentes. Tegucigalpa misma era una ciudad de encantos…
Su insistencia en escribir sobre Danlí, lo hizo víctima de bromas, que él supo soportar con una sonrisa cercana a la ternura.- No le afectaban las bromas camaraderiles. De paso he de decir que no eran comentarios ofensivos. Al contrario, llevaban cierta dosis de admiración.- Para entonces, Sevilla, era el único escritor en serio de la Facultad de Derecho. Columnista de un periódico importante, al que ya hicimos mención.- Era una “rara avis”, él lo sabía y asumía su rol sin vanidad.
El curso era numeroso, cincuenta muchachos
y muchachas, aproximadamente.- Al segundo año de estudios, llevamos la clase de
Criminología.- La impartía un gran hondureño. El abogado don José Pineda Gómez.
El texto era una exquisitez; su autor el español Constancio Bernaldo de Quiroz.
No solo era un gran criminalista, fue también un maestro en el bien decir. Luis
Hernán se prendó de ese libro. Lo aprendió de tal forma que al someterse a
exámenes finales (antes eran orales); uno de los examinadores, el abogado Raúl Elvir
Colindres, expresó, asombrado: “Muchacho, tú sabes más Criminología que tu
examinador”. Y es que Luis Hernán Sevilla, mencionaba a Lombroso, Ferri y
Garofalo, como si estuviera hablando de sus coterráneos de Danlí.
Al egresar no nos volvimos a ver. Me enorgullece decir que junto a su consanguíneo Aníbal Rojas Cuadra, fui su mejor amigo.- Nos unió el amor por las letras. Pasados muchos años, en un viaje de trabajo, estuve en Danlí.- Fui a su casa, localizable en el Barrio El Centro.- Me mostró su vasta biblioteca. Repleta de documentos históricos auténticos.- Cartas memorables del general César A. Sandino. “El general de los hombres libres”, tenía corresponsales en Danlí.- Habían otros tesoros. Algunos “saqueados” del Archivo de la Corte Primera de Apelaciones, cuando yo lo llamé a hacerme unas vacaciones.
Fueron autógrafos de celebridades nacionales que ejercieron la abogacía: Dionisio Gutiérrez, José Ángel Zúniga Huete y otros. Togados y guerreros a la vez.
Cuando volví a mi puesto, luego de un mes de vacaciones, en broma y en serio, ese hombre bueno que se llamó René Bustillo (hijo de don Bibio), y Receptor del Tribunal, me dijo: “Vaya a ver si su amigo, dejó algo en el archivo. Sacaba papeles a toneladas”.- Exageraba, algo se había llevado; pero no tanto.
Luis Hernán murió en 1988, no me enteré. Que de haber sabido lo hubiera acompañado a su terraje.
Amó a Danlí y fue un amor mal correspondido. No hay un busto de Luis Hernán en el parque central de la “ciudad de las colinas”. Tampoco ninguno de sus paisanos ha escrito su biografía.
Contrario a Olanchito –la más noble ciudad
de Honduras- donde nuestra gran novelista social, Ramón Amaya Amador tiene un
busto. Y además, tiene un biógrafo. Lo estoy viendo, el director de esta
Academia, don Juan Ramón Martínez Bardales. Dicen –la lógica no crepita en este
concepto- que “las comparaciones son odiosas”. ¡Falso! Las comparaciones son
necesarias. Entre países, entre ciudades y entre personas.- Para emular. Para
competir sanamente. Para avanzar, para tocar el cielo.
Dijo el director al inaugurar este acto:
“Luis Hernán Sevilla, está aquí… los escritores son eternos”. Me uno a este
concepto.
Gracias.
Tegucigalpa,
M.D.C., 4 de diciembre de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario